Zdenka Astudillo, Directora Ejecutiva de Sistema B Chile
Si bien es cierto, es necesario que más empresas inicien el camino hacia un modelo de producción sostenible y alcanzar la certificación de Empresa B, también es verdad que esta decisión no se debe tomar a la ligera.
En la reflexión sobre este tema, suelen haber algunos mitos que se alzan como obstáculos para que más empresas asuman el triple impacto, es decir, un modelo de negocio que considere, con la misma importancia, el aspecto económico, el medioambiental y el social y es bueno aclarar estos puntos para facilitar la toma de decisión en la dirección adecuada.
En primer lugar, muchos creen que no es posible iniciar este proceso sino hasta que el negocio esté asentado, o económicamente estable. Consideran esta inversión como un ítem secundario o un asunto del que es posible preocuparse más adelante. Lo cierto es que no hay un momento que sea más o menos recomendable para iniciar la transición, lo importante es incorporarlo en el plan y hacerlo.
De hecho, si es una meta establecida desde un comienzo, puede resultar incluso más natural llevarlo a cabo, pues se incorporaría inmediatamente en el core del negocio. Hacerlo más tarde puede implicar reacondicionar estructuras que, eventualmente, podrían traducirse en costos y tiempos no presupuestados.
Otro mito se relaciona con los miedos a “amarrarse” a compromisos que pueden ser complejos de sostener, lo que efectivamente puede ser así para aquellas empresas que aún no han incorporado en su modelo de negocio el impacto positivo, más allá de las ganancias. Si la cultura empresarial no está en sintonía con el triple impacto, la empresa puede sentir una “soga al cuello” con temas que, por ejemplo, los comprometan demasiado con sus trabajadores y/o sus clientes. Iniciar el proceso de certificación debe ser una decisión estructural y no circunstancial.
En muchas ocasiones, algunas empresas exploran este cambio para obtener un determinado financiamiento o ganar reputación de marca, adoptando medidas temporales que no se ajustan a su propia identidad, lo que por consecuencia hace que, no logren sostener estos cambios.
Incorporar la sostenibilidad y el triple impacto debe ser el norte de nuestro quehacer, lo que implica robustecer los cimientos de la empresa para enfrentar al mundo de forma más consecuente, responsable y respetuosa con el entorno. El cambio es de fondo y no sólo de forma.
También se debe considerar que el triple impacto no es un viaje de un día para otro. Es un proceso que requiere evaluar dónde estoy actualmente, qué estoy haciendo, cómo estoy impactando y hacia dónde quiero llegar. Es una labor de largo aliento, planificación, asumir ciertos costos y principalmente generar un cambio cultural en la empresa, ajustando las expectativas relacionadas con el retorno de dicha inversión, para que con la fuerza y energía del negocio, se pueda realizar una contribución real y concreta al entorno en el que se mueve la empresa.
Cuándo ese camino ya está trazado y las empresas son consistentes con este propósito, poco a poco, pero sostenidamente se van viendo los resultados; mejora la reputación de la marca, fidelizando clientes y aliados estratégicos; se accede a un talento calificado que alinea su propósito personal con el de la empresa, permitiéndole a la compañía una mejor y más sana productividad; y lo más importante, se logra una coherencia entre el decir y el hacer, lo que nos permite recuperar un valor fundamental en la sociedad, que es la confianza que depositamos las personas en las organizaciones que nos rodean, creando así un ecosistema donde prime la colaboración, el respeto, el cuidado y con mejor proyección de futuro para todas las personas y el planeta.
Incorporar la sostenibilidad y el triple impacto debe ser el norte de nuestro quehacer, lo que implica robustecer los cimientos de la empresa para enfrentar al mundo de forma más consecuente.
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