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Uruguay

Cerquita de Minas de Corrales, departamento de Rivera, se trabaja bajo tierra. La apuesta de la empresa Orosur Mining por una mina subterránea hecha por la mano del hombre se intensifica en un emprendimiento único en Uruguay.

29 de Octubre 2012.- Mameluco anaranjado, casco rojo con portalámpara, lentes transparentes, guantes blancos con pintitas de goma negras, tapabocas, tapones para los oídos, autorrescatador ajustado al cinturón, botas amarillas y negras con puntera de metal que hacían que caminar fuera un ejercicio físico en toda regla. Abajo, la oscuridad, el encierro y un atuendo por demás particular para el que no está acostumbrado. 

Cerquita de Minas de Corrales, departamento de Rivera, se trabaja bajo tierra. La apuesta de la empresa Orosur Mining por una mina subterránea hecha por la mano del hombre se intensifica en un emprendimiento único en Uruguay.

Orosur comenzó a operar en esa zona ubicada a unos 450 kilómetros de Montevideo en 1997 con exploraciones a cielo abierto, al igual que lo hicieron los aventureros franceses e ingleses de finales del siglo XIX. Estos también aprovecharon algunas minas naturales del lugar. Aquella experiencia se extendió hasta 1920 y provocó que se construyera la primera represa hidroeléctrica de América del Sur –la de Cuñapirú– con el cometido de procesar el mineral que sigue causando deleite en todo el mundo: el oro.

Los aerocarriles por los que se transportaba el material de estudio a la represa aún se mantienen en pie. Al igual que ese negocio por el que Orosur exporta anualmente un promedio de US$ 74 millones. Para el resto del planeta puede parecer poco, pero no para Uruguay. Con esa idea, y en vistas de un precio del oro que está por las nubes y que permite hacer inversiones –la onza troy de oro (31,1 gramos) está en US$ 1.700–, la empresa apostó por la minería subterránea.

El proyecto que contó con una inversión de US$ 30 millones arrancó en febrero de 2011 y un año más tarde ya se encontraba en funcionamiento. La mina subterránea se excavó en el mismo lugar donde antes hubo una mina a cielo abierto conocida como Arenal. Esta, como la de San Gregorio y Santa Teresa, es una de las canteras más importantes de la zona. Como es característica en el área, bajo tierra también se encuentra más plata que oro. Pero claro, el metal dorado paga más.

Por mes, la mina subterránea produce 700 onzas, alrededor de US$ 1,5 millones. Para llegar a esa cantidad, los operarios trabajan intensamente y en condiciones, a primera vista, que generan escozor. Por la rampa de dos kilómetros que serpentea en forma de ocho las galerías de cinco por cinco metros, se puede ingresar a pie o en camioneta. 

Mejor en esto último. Unos 100 metros adentro se puede visualizar en toda su expresión el trabajo de un minero. La luz sobre el casco resulta una ayuda clave. Hay iluminación, pero es mínima. Hay ventilación, pero no evita la sensación de encierro. Para Ignacio Figueroa, uno de los geólogos de Orosur, la experiencia es muy enriquecedora, mucho más que trabajar al aire libre.

El calor allí debajo alcanza en ocasiones los 35 °C. Los operarios siempre andan con botellitas de agua. El ruido puede complicar cuando están los camiones o las palas cerca. O una máquina que va abriendo boquetes en la roca para generar agujeros adecuados donde colocar explosivos. Unos se llevan las piedras de donde se extraerá el oro –1,3 gramos de oro por tonelada de piedra– y los otros van abriendo camino para buscar más minerales.

Previo a eso se hace un estudio para saber dónde se encuentran las zonas mineralizadas a través de lo que se llaman testigos: cilindros perfectos de roca, extraídos a través de una máquina que se conoce como diamantina. Ese tubo es llevado al laboratorio. Una mitad queda para análisis y la otra para archivo.

Los trabajadores, muchos de los cuales son extranjeros, deben seguir una serie de obligaciones en torno a la seguridad. “Deben saber los peligros a los que se exponen”, aseguró Verónica Lay, técnica prevencionista. “La peor catástrofe para nosotros sería un incendio” más que los derrumbes, contó. Para cualquier emergencia existen las brigadas de rescate, que acudirían ante cualquier foco de fuego, derrumbe o pérdida de gas, pero también se espera que el trabajador tome recaudos más allá del atuendo obligatorio para bajar a la mina.

Debe saber que hay salidas de emergencias, que ante un problema puede activar el gas mercaptán, un efluvio con olor a huevo podrido que brinda una señal inequívoca de peligro; y que cada 50 metros se ubican unos refugios personales para permitir el paso de vehículos. Se insiste, además, en evitar el polvo y usar tapabocas. El peligro de padecer silicosis, la enfermedad en los pulmones provocada por el polvo, no se atenúa por el continuo riego del piso de las galerías. Por cierto, los charcos allí abajo se suceden y las pesadas botas cobran un valor trascendental.

El oro que allí se extrae y el de las canteras a cielo abierto, luego de pasar por el proceso electrolítico, se funde el día de transporte cuando arriban los camiones de seguridad para ser llevados rumbo a Suiza. La barra de metal que se transporta para el país europeo está compuesto por 60% de oro y 40% de plata, comentó Juan Lacerda, gerente de la minera San Gregorio de Orosur.

Para Lacerda, quien contó que en la empresa trabajan 450 personas de forma directa –el doble indirectamente–, es clave seguir invirtiendo para no perecer en el negocio. “Se necesita mucha reinversión para explorar, si dejamos de hacerlo le ponemos fin a la minería”. Agregó que una mina tiene una vida de cinco años y que es mucho más rentable que cualquier otra actividad del campo.

De cualquier modo, la actividad minera tiene altos costos. Tanto como gastar 21 mil litros de gasoil al día, como mantener un personal que trabaja día y noche, como el 5% del precio de exportación que deben abonar al Estado más otros impuestos. También está el costo que deben asumir para preservar el medioambiente.

Orosur, que llegó a rediseñar el curso del arroyo Corrales, utiliza cianuro para separar el oro del resto del material rocoso. Para la eliminación de este producto contaminante, usan unas represas en las que vierten químicos para su disolución.

Esa represa, en la que antes se trabajó el mineral, es parte de un proceso donde el ecosistema deberá quedar lo más parecido a como estaba: el agua deberá ser reutilizada para otros menesteres, mientras que en la gran piscina se coloca primero una geomembrana, luego arena, arcilla, piedra y por último tierra. Allí debe florecer otra vez una pradera. En Orosur aseguran que todo va en línea de lo que exige la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama). Allí se concreta el cierre de la operación, oro mediante.

El Observador
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