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Chile

Plantear un programa con un horizonte de 30 años, más que una prudente mirada de largo plazo, parece una condena al statu quo en esta materia.

3 de Marzo de 2011.- El Ministro de Energía y Minería Lorence Golborne, de gira por Francia y Bélgica para estudiar la industria de la energía nuclear en esos países, mencionó plazos de hasta tres décadas para que en Chile pueda estar funcionando un programa de generación basado en esa fuente energética.

No se pone en duda la complejidad de un proceso que eventualmente incorpore la energía atómica a la matriz energética chilena, pero hablar de plazos de varias décadas para ponerla en práctica hace dudar de la existencia de una real voluntad política para impulsar decididamente aquellas medidas que permitan al país decidir si acepta o rechaza la opción nuclear.

Como sostiene el ministro, para avanzar en iniciativas complejas como ésta, es necesario llegar a consensos. Corresponde, sin embargo, al gobierno liderar la búsqueda de éstos en plazos prudentes, sin prolongar la decisión hacia fechas tan lejanas como las sugeridas por el titular de Energía.

En el gobierno anterior se encargó a una comisión de expertos iniciar los estudios preliminares en esta materia, un proceso necesariamente largo y complejo, pues contempla dimensiones tan diversas como las modificaciones al marco regulatorio necesarias para incluir la energía atómica en la matriz, la formación del capital humano especializado, la evaluación de costos, la viabilidad técnica de una central (incluyendo su ubicación geográfica), la seguridad operativa de los reactores, la reacción de la opinión pública, la disponibilidad de combustible y el manejo de los desechos radiactivos, entre otros temas. De eso ya hace varios años, por lo cual llama la atención que el actual titular de Energía mencione precisamente ese tipo de temas como aquellos en los cuales actualmente se está trabajando, con un horizonte que él sitúa entre los años 2025 y 2030.

De hecho, el propio ministro pudo constatar en su visita a Europa aspectos ampliamente conocidos, como el hecho de que en Francia la energía nuclear representa un 70% de la generación eléctrica o que, como observó recientemente con asombro un empresario nacional miembro del comité franco­chileno que estudia la opción nuclear para Chile, en esos países hay centrales atómicas ubicadas cerca o incluso dentro de las ciudades, pues la población no percibe en ellas ­fruto de una experiencia de décadas­ un riesgo de accidente mayor que con cualquier otra instalación industrial de envergadura. En el mundo hay más de 500 centrales atómicas en operación y en medio siglo el único accidente de proporciones ha sido el de Chernobyl, en 1986, producto de una falla humana y no de la tecnología per se (los actuales reactores, en todo caso, son mucho más seguros, baratos, eficientes y de más rápida construcción).

Lo cierto es que la energía nuclear ­que hoy genera más del 16% de la electricidad a nivel mundial­ presenta ventajas que un país como Chile, con una demanda energética creciente y una oferta que no crece a igual ritmo, no debe desdeñar: es una energía limpia que no usa hidrocarburos ni interviene ríos, no depende de variables como el volumen de precipitaciones y tiene un sólido historial de seguridad. Su incorporación a la matriz energética chilena debe evaluarse con cautela y sin apresuramiento, pero plantear un programa con un horizonte de 30 años, más que una prudente mirada de largo plazo, parece una condena al statu quo en esta materia(La Tercera).

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