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Bolivia

25 de Septiembre de 2012.- Los ecos de las banalidades de una boda real de pacotilla se acallaron a principios de la semana pasada cuando en medio de una multitudinaria manifestación de mineros que habían llegado a La Paz, un hombre joven, trabajador y amable, terminó literalmente destrozado por la explosión de un cartucho de dinamita.

Los hechos no han sido esclarecidos aún, la versión más difundida es que el dinamitazo provino de las huestes cooperativistas que estaban pasando delante del edificio que es propiedad de la Federación de Trabajadores Mineros de Bolivia; sin embargo, desde el Gobierno se ha oído la versión de que el artefacto explosivo hubiera salido incluso de la propia mano del difunto. (Esta versión ha indignado a muchos, pero no se puede negar que hay múltiples antecedentes de manifestantes mineros que han perdido o una mano o la vida al manipular irresponsablemente ese letal elemento precisamente en manifestaciones de esa índole.

De hecho el primer muerto durante el octubre negro, de 2003, fue el minero de Ventilla que se auto eliminó sin querer).

La muerte de este hombre joven tiene que causarnos indignación y vergüenza y es que es el resultado, no de la intransigencia de mineros asalariados y cooperativistas, como lo ha señalado el Gobierno, sino del inaceptable cretinismo al que estamos acostumbrados, y que hasta es aplaudido desde ciertos sectores, que es utilizar dinamita donde hay grandes conglomeraciones humanas.

El utilizar cartuchos de dinamita en una manifestación, aún si éstos fuesen utilizados con el máximo cuidado (como si eso fuese posible) ya es una muestra de prepotencia primitiva, es hacer el mayor ruido posible para amedrentar a quien está al frente; lo hacen los animales y hasta los niños malcriados cuando quieren chantajear a sus padres. Pero utilizar dinamita de la manera que se hace en las manifestaciones en Bolivia, poniendo en riesgo la vida de uno, de los demás manifestantes y de los transeúntes es, además de criminal y primario, una muestra de extrema y extendida imbecilidad.

Independientemente de que urge una investigación seria para identificar al responsable directo de la muerte del joven Choque, lo que está claro es que hay una responsabilidad colectiva que va incluso más allá de los “malditos” cooperativistas; es el país en su conjunto, el país que tolera impávido semejante danza con la muerte, que sus estúpidos hijos ejecutan regularmente, el responsable de esta muerte.

Naturalmente existe una responsabilidad mayor en las autoridades, este Gobierno ya tuvo su alerta hace casi seis años en Huanuni, y no hizo nada para modificar el brutal comportamiento de ciertos movimientos sociales. Se trata de implementar leyes con castigos más rígidos para proteger a la gente, en primer lugar de su propia estupidez. Las personas de prestigio, el

Presidente en primer lugar, cuya popularidad es aún elevadísima, la Iglesia Católica (que acaba de ser reivindicada en los hechos, nada menos que por el Vicepresidente), periodistas, legisladores, alcaldes, empresarios importantes, artistas, deberían todos ponerse en una cruzada para erradicar el uso de la dinamita fuera del estricto y controlado ámbito laboral.

“Usar dinamita no es de corajosos mineros, es de cobardes y cretinos”, podría ser uno de los eslóganes de esta necesaria campaña.

Los Tiempos
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